El mapa de ruta para reformar la secundaria: por qué los cambios educativos exigen más que una buena ley

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En un contexto donde varias jurisdicciones del país —CABA, Buenos Aires, Córdoba, Santa Fe, Mendoza y Tucumán— impulsan cambios en la escuela secundaria, y mientras la Nación busca consensuar un marco federal, la pregunta sobre cómo llevar adelante una transformación genuina y duradera está más vigente que nunca. Para Agustina Blanco, directora de la organización Somos Red y autora del libro "Transformando la escuela secundaria. Un plan de acción para Argentina y la región", el éxito depende de tres pilares fundamentales: coraje político, construcción de confianza y una mirada de largo plazo que supere las gestiones de gobierno.

La necesidad de transformar la escuela secundaria argentina es un coro que repiten gobiernos, académicos y sectores de la sociedad. Sin embargo, cada intento de reforma suele chocar contra los mismos muros: la desconfianza de la comunidad educativa, la brecha entre la teoría y el aula, y la constante interrupción por los ciclos políticos. ¿Existe un camino viable? En su libro “Transformando la escuela secundaria. Un plan de acción para Argentina y la región” (Santillana), Agustina Blanco no solo analiza estos obstáculos, sino que ofrece un manual concreto para la acción, basado en su experiencia al frente de la Red de Escuelas de Aprendizaje en la provincia de Buenos Aires y su trabajo en toda la región.

La brecha entre la teoría y la realidad escolar

Blanco, quien lideró la Red de Escuelas de Aprendizaje en la provincia de Buenos Aires (2017-2019) y hoy trabaja con múltiples sistemas educativos, reconoce que existe una distancia entre las políticas educativas y la realidad cotidiana de las escuelas. Sin embargo, enfatiza que la solución está en el diálogo entre el saber académico y el conocimiento territorial. "La escucha activa es clave. No basta con decir 'las escuelas no cambian'; hay que entender por qué", señala. Factores como la falta de horas institucionales, el ausentismo estudiantil, problemas de infraestructura o la formación docente inicial pueden frustrar incluso las mejores ideas.

Un plan en tres etapas: de los cimientos a la transformación sistémica

En su libro, Blanco propone un modelo de cambio estructurado en tres fases:

Etapa de fundamentos (2-3 años):

El foco está en generar confianza en el sistema. "Si las escuelas viven que cada cambio se trunca con un nuevo gobierno, la desconfianza es letal", advierte. Esta fase incluye innovación pedagógica, fortalecimiento del liderazgo directivo y redes de escuelas, con resultados concretos en áreas prioritarias como Lengua y Matemática.


Etapa de cambios profundos (piloto):

Aquí se avanza en rediseños curriculares, acompañamiento de trayectorias, formación docente continua y, donde sea posible, jornada extendida. También se propone modificar la "estética escolar" —espacios más flexibles y acogedores— para impactar en el sentido de pertenencia. El proceso debe ser monitoreado constantemente y ajustado en tiempo real.


Etapa de extensión al sistema

Una vez validado el modelo en escuelas piloto representativas, se escala progresivamente a todo el sistema, adaptándolo a las distintas modalidades (técnicas, orientadas, etc.). Blanco subraya que esta es la fase más compleja y costosa, y requiere planes con tiempos, responsables y metas muy claras. Autonomía sí, pero con marcos definidos.

Para Blanco, el éxito depende del “cómo” se implementa. Es crucial. Se necesitan de equipos especializados (del Estado o en alianza con universidades y ONGs) que den soporte constante a las redes de escuelas, no solo con pedagogía, sino con gestión de datos y evaluación.Dentro de cada escuela, un equipo estratégico de 7-8 docentes y directivos que lidere el cambio y  “apoyo que las escuelas tengan más autonomía, pero dentro de marcos claros del Estado sobre qué aprendizajes son prioritarios”, aclara. Esta autonomía debe servir para tejer vínculos con el mundo laboral y la comunidad local.
El punto que Blanco enfatiza como decisivo es la sostenibilidad. “El mayor riesgo es que todo quede trunco, que cambie un gobierno y se vuelva a empezar de cero”, advierte. ¿La solución? Crear mecanismos de blindaje, como leyes específicas, agencias de calidad con participación multisectorial (como en Chile) o el rol garante de actores de la sociedad civil, para que la reforma trascienda los cuatro años de una gestión.
 

Respecto al debate sobre la autonomía escolar —impulsado por proyectos como la ley de "libertad educativa"—, Blanco aboga por un equilibrio sano. "Es imprescindible que existan definiciones claras a nivel del sistema: saberes prioritarios, estándares de aprendizaje. Pero dentro de ese marco, hay mucho margen para la autonomía", explica. Para ella, una mayor libertad debe permitir a las escuelas generar vínculos con municipios, el mundo del trabajo y actores locales, lo que enriquece el aprendizaje.

El libro de Agustina Blanco llega en un momento de efervescencia, con varias provincias avanzando en sus propias reformas y la Nación buscando un marco federal. Su mensaje es claro: reformar la secundaria exige coraje político para iniciar un proceso cuyos frutos más dulces otro gobierno podría cosechar, y una implementación humilde que escuche y acompañe a las escuelas. No es un salto al vacío, sino un camino con etapas, señales y un requisito primordial: creer y hacer creer que, esta vez, el cambio es para quedarse.

Para Blanco, el sistema educativo tiene la capacidad y la voluntad de cambiar, pero necesita un acompañamiento inteligente y sostenido. "La única forma de que esto funcione es sostenerlo en el tiempo", afirma. Por ello, propone crear mecanismos que "blinden" las políticas educativas consensuadas —como agencias multisectoriales, leyes específicas o el rol garante de la sociedad civil— para evitar que cada cambio de gobierno implique volver a cero. Transformar la secundaria es un proceso complejo que exige más que buenas intenciones. Requiere coraje político para iniciar cambios cuyos frutos quizás no se cosechen en la misma gestión, una implementación basada en la confianza y el diálogo constante con las escuelas, y sobre todo, la convicción de que es una inversión en el futuro que no admite atajos ni cortoplacismo. El camino, según Blanco, ya está siendo recorrido por varias provincias; el desafío ahora es consolidarlo como una verdadera política de Estado.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
  
 

 
 

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