Sergio Quiroga, el poeta de los pequeños soles

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Sergio Quiroga nació un 22 de diciembre en Villa Mercedes, San Luis, entre calles que aún conservan el eco de sus pasos y la memoria de sus versos. FPeriodista, comunicador, poeta, deportista, hombre de letras y de teatro. Supo hacer de la palabra un oficio, de la escena una pasión, y de la escritura un acto de fe.

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Aunque su nombre tal vez no figure en manuales escolares ni en grandes antologías, quienes lo conocieron —y quienes lo leyeron— saben que sus textos tenían un calor particular: sus pequeños versos. Esos que no buscan deslumbrar, sino alumbrar lo invisible: el amor sin estridencias, el desarraigo cotidiano, la memoria íntima.

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Quiroga no fue un hombre de un solo lugar. Vivió en Buenos Aires, donde el murmullo del subte y el reflejo del río le dictaron historias nuevas. También vivió en Roma, ciudad que lo acogió bajo el cielo de Miguel Ángel, pero a la que nunca permitió borrar su acento natal. Siempre volvía. Como un río, como un ritual, como quien reconoce que su centro está en otro lado. Su vínculo con el teatro fue profundo: amó las tablas, las luces tenues, los guiones susurrados. Y esa pasión se reflejaba también en su escritura, donde cada palabra parecía tener una dirección escénica, un tono, una pausa justa.

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En los años más fértiles de su vida creativa, compartió ideas, cafés y silencios con figuras como Enrique Menoyo y Jorge Hadandoniou. Y en el mítico bar Scorpio, en la esquina de Lavalle y Tucumán, compartió largas charlas con el también poeta Luis Ressia. Ese bar —una especie de santuario literario en Villa Mercedes— fue más que un punto de encuentro: fue un refugio donde las palabras se quedaban a vivir.

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Hoy, sigue caminando por esas calles, su obra continúa encendida. Sus textos circulan en bibliotecas personales, en papeles amarillentos, en citas murmuradas en talleres literarios. Su legado no necesita monumentos: le basta un lector, una tarde tranquila, y una lámpara encendida en la noche mercedina. Porque hay poetas que no se apagan.
Y Sergio Quiroga —el de los pequeños soles— es uno de ellos.

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