Izquierda Latinoamericana: del desencanto generacional al riesgo de irrelevancia política

MundoHoy
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Geralt (Pixabay)

En algún momento, no tan lejano, la izquierda latinoamericana encarnó una promesa: la de un continente más justo, más igualitario, más digno. Era la utopía del cambio, la esperanza de los excluidos, el sueño de una nueva era. Hoy, esa promesa se desvanece en medio de encuestas desfavorables, líderes envejecidos y una generación joven que ya no cree.

A lo largo de América Latina, el desencanto se siente como una marea baja que deja al descubierto lo que antes se ocultaba con discursos vibrantes: la fragmentación, la falta de proyecto y una distancia creciente entre los dirigentes de izquierda y sus bases sociales. En Bolivia, Chile, Colombia y Brasil —cuatro países donde el progresismo llegó al poder con fuerza—, la caída es evidente. Y el silencio que deja la utopía, duele.

La izquierda latinoamericana, que en las últimas dos décadas llegó al poder en varios países con promesas de cambio social y justicia económica, hoy enfrenta un declive político evidente. Gobiernos como los de Bolivia, Chile, Colombia y Brasil registran baja popularidad, divisiones internas y pérdida de apoyo juvenil, mientras la derecha y el populismo antisistema ganan espacio.


La izquierda llegó al poder con discursos transformadores, pero en muchos casos no logró cambios estructurales. En Bolivia el gobierno del MAS dependió del gas natural sin diversificar la economía., en Chile:Boric prometió una "nueva Constitución" y reformas sociales, pero no logró consensos, en Colombia: Petro habló de "paz total" y reformas agrarias, pero su gestión se estancó en polarización y en Brasil:, Lula, en su tercer mandato, no ha podido replicar el éxito económico de los años 2000.

Bolivia: los escombros del MAS
En La Paz, las paredes aún conservan los murales con el rostro de Evo Morales. Pero el país que alguna vez lideró el “socialismo del siglo XXI” hoy camina entre los restos de su propio modelo. El presidente Luis Arce cierra su mandato con un 9% de aprobación, arrastrado por la crisis económica y por el desgaste de un Movimiento al Socialismo (MAS) fracturado por la pelea entre caudillos. Evo, mientras tanto, enfrenta una orden de arresto por explotación sexual, pero sigue operando desde las sombras. Su candidato, Eduardo del Castillo, apenas alcanza el 1% de intención de voto. “El personalismo de Evo destruyó el proyecto de transformación”, sentencia el sociólogo José Maurício Domingues. En Bolivia, la utopía terminó convertida en una disputa intestina por el poder.

Chile: el desencanto después de la revuelta
Gabriel Boric fue, en su momento, el rostro de una nueva generación de izquierda. Surgido de las protestas estudiantiles, llegó a la presidencia en 2021 con una ola de apoyo juvenil y promesas de renovación política. Pero dos años después, su gobierno enfrenta una aprobación del 22%. Su coalición se descompone, y el Partido Comunista ha impuesto a Jeannette Jara como candidata para 2025. Carrasquero. La nueva izquierda, lejos de abrir un ciclo, parece haberlo cerrado antes de tiempo. Las reformas estructurales fracasaron, y el malestar que lo llevó al poder ahora lo consume.

Colombia: Petro y el divorcio con su base joven
Cuando Gustavo Petro asumió la presidencia, el 78% de los jóvenes colombianos entre 18 y 24 años lo apoyaba. Hoy, esa cifra ha caído al 41%. Su reforma laboral fue derrotada en el Congreso, su relación con el Legislativo es cada vez más tensa, y su propuesta de una Asamblea Constituyente ha encendido alarmas entre aliados y opositores por igual.

Brasil: Lula atrapado en su propio espejo
El regreso de Lula da Silva al poder en 2022 fue celebrado por buena parte del progresismo global. Pero el país que gobernó con comodidad en 2010, cuando gozaba de 80% de aprobación, ya no es el mismo. Hoy, solo el 28% de los brasileños respalda su gestión. Sin mayoría en el Congreso y con un clima político tóxico, Lula depende de alianzas frágiles que limitan su capacidad de acción.

Un modelo sin motor: la utopía se estanca
Más allá de cada caso, hay patrones que se repiten. Economías estancadas, ausencia de renovación política, escándalos de corrupción y una desconexión cultural profunda marcan el declive.

El caso boliviano es ilustrativo: el modelo basado en el gas natural colapsó, y nadie preparó un plan B. En otros países, los gobiernos progresistas apostaron por subsidios y transferencias, pero sin cambiar estructuras productivas ni mejorar la competitividad. A nivel político, la falta de recambio es evidente. Evo, Lula, Petro, Cristina Kirchner: los mismos nombres siguen dominando la escena, mientras las nuevas generaciones buscan referentes sin encontrarlos.  Y está también el lastre de la doble moral. Cristina fue condenada por corrupción, pero sigue siendo una figura central del kirchnerismo. Petro y Lula defienden abiertamente a la dictadura venezolana. La coherencia ideológica, para muchos, ya no es un principio, sino una estrategia selectiva.

 
Ciudadanos y Partidos
La izquierda tradicional nació del movimiento obrero, pero en los últimos años, muchos de sus partidos han priorizado agendas identitarias o ambientales que no siempre conectan con las necesidades materiales de las mayorías. El resultado: pérdida de base popular, avance de discursos de derecha en barrios y zonas rurales, y un lenguaje político que ya no conmueve.

Para algunos analistas, la izquierda latinoamericana aún tiene salida. Pero requiere un giro profundo: renovar liderazgos, recuperar el sentido práctico del gobierno, bajar el tono de la polarización y asumir autocríticamente los errores propios, incluyendo el fracaso venezolano. Lo que no funcionará  posiblemente, es insistir en fórmulas viejas.  La izquierda latinoamericana no ha muerto, pero envejece mal. Si no se sacude la nostalgia, el caudillismo y el dogmatismo, seguira perdiendo espacio ante líderes antisistema, autoritarios o ultraliberales como Javier Milei o Nayib Bukele. En su intento por resistir el cambio, podría perderlo todo.

La utopía, una palabra que celebro la esperanza , sigue siendo posible. Pero necesita una nueva narrativa, nuevos rostros y, sobre todo, nuevos resultados. Si no lo logra, ya no serán los enemigos de siempre quienes la destruyan, sino su propia incapacidad de adaptarse a los tiempos.

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