Libertad sin orden: juego libertario y el regreso silencioso de los poderosos en la Argentina

GeneralHace 5 horasSergio QuirogaSergio Quiroga
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Por estos días, el debate público argentino atraviesa una paradoja que parece calcada de los viejos manuales de ciencia política: en nombre de la libertad se justifican políticas que, en los hechos, amplían la capacidad de unos pocos para imponer su voluntad sobre el resto. La crisis económica y el desencanto con la dirigencia dieron lugar a una retórica libertaria que promete “liberación” frente al “Estado opresor”, pero que en la práctica reinstala formas de dominación que nuestra historia ya conoce. La idea —tan simple como seductora— de que la libertad se opone al orden estatal se repite en redes sociales, en la prédica de influencers financieros y en discursos oficiales. Sin embargo, como advertía el filósofo Isaiah Berlin y como retoma el ensayo Domination Without Order deJustus Seuferle , la libertad es un concepto intrínsecamente contradictorio: la “libertad para” hacer algo suele chocar con la “libertad de” no ser dañado por otros. 

En Argentina, donde las asimetrías económicas, territoriales y sociales son profundas, ignorar esta tensión equivale aEsta es una de las tensiones filosóficas y políticas más antiguas y fundamentales de la humanidad. La frase "libertad sin orden" suena seductora, casi romántica, evocando imágenes de un horizonte abierto donde todo es posible. Sin embargo, al examinarla de cerca, se revela como una paradoja peligrosa, un espejismo que a menudo esconde su opuesto exacto naturalizar una desigualdad que —como diría Gino Germani— no es estructuralmente inevitable, sino producto de relaciones históricas de poder. 


El Estado como obstáculo… ¿o como última defensa?
En la tradición libertaria, el Estado es representado como el gran enemigo de la libertad. Pero esta visión, útil en regímenes autoritarios, se vuelve problemática en una democracia. Maristella Svampa lo sintetiza bien cuando analiza los ciclos neoliberales en el país: la retracción del Estado no elimina el poder, solo lo traslada. Allí donde el Estado se retira, avanzan el mercado, los actores corporativos o las viejas jerarquías sociales.

Ejemplos sobran. La liberación de precios sin regulaciones no expande la libertad de compra de la mayoría de los argentinos; más bien consolida el poder de los formadores de precios. La flexibilización laboral, presentada como una conquista de la libertad de contratación, suele significar —como señalaría Javier Auyero estudiando la precariedad— que millones pierden su libertad más elemental: la de negociar condiciones dignas frente a empleadores cada vez más fuertes y trabajadores cada vez más reemplazables. En términos teóricos, el Estado democrático funciona como un meta-poder: el único capaz de limitar a los otros poderes. Prohíbe que un empleador explote, que un padre ejerza violencia o que un actor económico abuse de su posición. La ausencia de ese meta-poder no genera libertad: genera desertificación social.

 
Libertad para unos, riesgo para otros

Esta es una de las tensiones filosóficas y políticas más antiguas y fundamentales de la humanidad. La frase "libertad sin orden" suena seductora, casi romántica, evocando imágenes de un horizonte abierto donde todo es posible. Sin embargo, al examinarla de cerca, se revela como una paradoja peligrosa, un espejismo que a menudo esconde su opuesto exacto El debate argentino sobre libertades individuales suele adquirir formas concretas: ¿puede un conductor circular a cualquier velocidad? ¿Puede un empresario despedir sin causa? ¿Puede un usuario difundir discursos discriminatorios en redes en nombre de la libertad de expresión? La respuesta libertaria suele ser afirmativa. Pero, como recordaba Friedrich Ebert, “toda libertad compartida requiere un orden”. En el tránsito, la libertad de ir rápido colisiona con el derecho de peatones y ciclistas a no morir atropellados. En el mercado laboral, la libertad ilimitada del empleador se convierte en falta de libertad para el trabajador. En el espacio digital, la libertad de difundir discursos de odio erosiona la libertad de minorías a vivir sin amenazas.

El debate no es abstracto. Tras la eliminación de regulaciones y la reducción del Estado como árbitro, crecieron en Argentina los casos de abusos contractuales, aumentó la conflictividad laboral y proliferan en redes discursos antidemocráticos que, como señala el CONICET, tienen efectos concretos en la vida social y en la violencia política.

 
El mito del “emprendedor demiurgo”
Buena parte de la retórica libertaria argentina está impregnada de una lectura aynrandiana: la idea de que existen “héroes productivos” que sostienen al país mientras el resto parasita su esfuerzo. Esta representación, muy presente en discursos oficiales, replica la vieja lógica de las elites argentinas que —como analizó José Luis Romero— justificaban su dominación presentándose como civilizadoras frente a un “pueblo atrasado”. El ensayo Domination Without Order de Justus Seuferle  describe este imaginario como la versión económica del derecho divino de los reyes: un pequeño grupo se autodefine como natural depositario del poder económico y moral. En la Argentina contemporánea, esto se vuelve evidente en la defensa irrestricta de la libertad empresarial incluso cuando sus prácticas afectan de manera directa la libertad de otros.

 
Sin política no hay libertad
Ernesto Laclau insistió en que la política existe porque los conflictos no pueden resolverse espontáneamente. La libertad —lejos de ser un estado natural— debe ser construida colectivamente. Cuando la derecha libertaria propone despolitizar la vida social, en realidad está promoviendo que las fuerzas más fuertes impongan su orden sin contestación. En un país donde el 60 % de los niños vive en pobreza, pensar la libertad como un atributo individual desconectado de las condiciones materiales es una fantasía peligrosa. Como advierten los estudios de desigualdad del IDAES-UNSAM, la libertad real exige capacidad efectiva de elección, y esa capacidad depende de derechos, instituciones y políticas públicas.

 
¿Libertad o regreso al viejo orden?
El proyecto libertario presenta su cruzada antiestatal como un camino hacia la emancipación. Pero lo que emerge en la Argentina actual es una forma de “libertad sin orden”: una libertad que solo puede ejercer quien ya posee poder, riqueza o influencia. Lo que se anuncia como una revolución de la libertad parece, en realidad, una restauración: el retorno de un orden antiguo donde los más fuertes imponen sus reglas en nombre de una supuesta naturaleza del mercado. La verdadera pregunta, entonces, no es si queremos más o menos Estado, sino qué tipo de libertad queremos garantizar: ¿la libertad de algunos para dominar o la libertad de todos para vivir sin ser dominados? Mientras ese dilema no se discuta con claridad, el país corre el riesgo de confundir libertad con depredación, y emancipación con abandono.

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