

El 24 de marzo de 2016 falleció a los 88 años el poeta Santiago Enrique Menoyo, cuya figura está estrechamente ligada a la ciudad de Justo Daract, en la provincia de San Luis, donde residió gran parte de su vida. Menoyo nació el 20 de febrero de 1928 en Villa Dolores, en la provincia de Córdoba, hijo de Cesáreo Menoyo, de origen español, y María Celia Contreras Castellano. Se formó en su ciudad natal y luego completó sus estudios secundarios en colegios de la ciudad de Córdoba. elmerlino.com Más tarde se graduó de odontólogo en la Universidad Nacional de Córdoba.
Después de casarse con Ana Teresa Fernández y tener hijos, Menoyo se trasladó a Justo Daract, San Luis, donde desarrolló tanto su profesión como odontólogo como su vocación literaria. elmerlino.com En reconocimiento a su legado, en esa ciudad hay una biblioteca y una calle que llevan su nombre. elmerlino.com
Su obra poética, de lenguaje claro y formas tradicionales, fue reconocida desde sus primeras publicaciones. FFH UNC+1 En 1956 obtuvo el Premio Provincial de Literatura de Córdoba por su libro Retorno. elmerlino.com+1 En 1960 su obra Los días ganó un premio otorgado por el Consejo de Escritores de Buenos Aires. A lo largo de su vida, publicó otros libros como Realidad Cautiva (1964), Afán de vida (1969), Destino (1975), Definiciones (1984) y Continuidad (2003). FFH UNC En 2007, el gobierno de San Luis editó una Antología Poética de su obra, demostrando su relevancia en la escena cultural local. elmerlino.com
Quienes lo conocieron señalan que su poesía siempre mantuvo un tono íntimo, reflexivo, casi “en voz baja”: su escritura no buscaba el ruido, sino el encuentro con lo esencial y lo cotidiano. Menoyo también fue parte del núcleo fundador de la revista literaria Laurel. Hojas de poesía, un espacio que agrupó a varios poetas de su época. antoniodelatorre.com.ar+1
En un homenaje posterior, fuentes oficiales de la provincia indicaron que uno de sus mayores orgullos era “ser el constructor de una obra literaria que lo trascienda”. ANSL Su muerte marca el fin de una voz discreta, pero profunda, en la poesía argentina. Sus versos, lejos de estridencias, siguen resonando en las calles y bibliotecas de Justo Daract, su ciudad adoptiva.
Decia Menoyo
En un bar
Mientras repaso un libro
y una cerveza bebo, un niño me interrumpe,
me mira humilde y serio.
Tiene siete años, en sus ojos
hay un brillo deshecho.
Pienso su infancia rota
y sus días sin juego.
Un dolor, sin olvido,
crecerá con su cuerpo.
Tal vez lo que le doy
lo hiere sin remedio.
Se va silbando triste.
El silbido es su sueño.
AFÁN DE VIDA
Ed. Colombo.1969, Buenos Aires

El poeta italo argentino Sergio Quiroga quien compartio partidas de ajedrez y cafes en el Bar Scorpio de Villa Mercedes lo recordo con un verso
Café con Enrique de Sergio Quiroga
Nov, 9, 2025
Bajo la cúpula de humo de Scorpio,
Enrique Menoyo, alquimista de lo simple,
despliega su reino en el éter de una taza.
No escribe con tinta, sino con el suspiro oscuro
que se eleva del néquel recién colmado.
Su pluma es el vapor que dibuja mapas
en el frío cristal de la madrugada.
Es el poeta del café, el cronista del grano tostado
que en el molino encuentra su estrofa primera.
Cada sorbo es un verso ambiguo, un acertijo
que habla de tierras lejanas y de encuentros cercanos.
La bebida es un espejo líquido donde la tarde,
cansada de ser tarde, se contempla y se transforma.

En la penumbra sagrada, Sergio habla de piezas.
El tablero es un campo de batalla silencioso,
una metáfora pura donde el triunfo y la derrota
son amantes antiguos que se abrazan en tablas.
No hay jaque mate, sólo el gesto lento de una mano
que retira un peón, aceptando el dulce sabor
de lo que pudo ser y no fue, o de lo que será en otra partida.
Las tardes en Scorpio son un poema desplegado.
Cada mesa, un verso; cada risa, una rima.
Y el viaje diario de Justo Daract a Villa Mercedes
no es un trayecto, es un estribillo constante,
la letanía del amigo que teje con su rutina
la urdimbre invisible de la camaradería.
Se piensa la amistad desde la geografía del alma:
desde el eco de Tucumán, desde el bullicio de Lavalle,
pero sobre todo desde Villa Mercedes,
la ciudad que no retiene a sus poetas, sino que los suelta
como semillas al viento, para que echen raíz en cualquier taza,
en cualquier tablero, en cualquier mirada que sepa
que la vida, como el ajedrez, es un juego de pérdidas y de regresos.
Y en el centro de todo, siempre, el café.
Ese espejo humeante que nos devuelve, no nuestro rostro,
sino el fantasma cálido de lo que somos cuando estamos juntos:
piezas en un tablero infinito, versos de un mismo poema,
granos en el mismo aroma que se eleva, imparable,
hacia el cielo nocturno de los encuentros.




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El intelectual belga, autor de “Para leer al Pato Donald”, falleció a los 89 años. Su obra marcó generaciones y sentó las bases del pensamiento crítico sobre los medios y la cultura.

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