
Fighting Polarisation: cómo Cherian George propone reconstruir el “nosotros” en tiempos de división
ActualidadHace 2 horas
En un mundo en el que la fragmentación política, cultural y mediática parece cada vez más la norma, el nuevo libro de Cherian George se presenta como un mapa —o al menos como un aviso— de lo que se puede hacer para reconstruir lazos sociales. En Fighting Polarisation (2025), el académico y periodista singapurense propone que la polarización no es simplemente un efecto de desacuerdos, sino una emergencia del “nosotros-ellos” que imposibilita la democracia en su sentido deliberativo.
A través de una serie de estudios de caso en distintos países, George muestra que, aunque el panorama parezca sombrío, existen iniciativas que trabajan hacia un “nosotros más amplio”.
La polarización como jaula identitaria
George parte de un diagnóstico claro: el término “polarización” se ha vuelto una etiqueta de uso común, pero su efecto real es mucho más corrosivo de lo que aparenta. No se trata solo de que distintos grupos piensen diferente, sino de que empiecen a verse como enemigos irreconciliables. En un artículo complementario en Journal of Democracy, el autor sintetiza el fenómeno con precisión: “Polarisation manifests as ‘us-them’ divides that make negotiation and compromise virtually impossible.” La división se vuelve estructural, una “jaula identitaria” donde la diferencia se transforma en enemistad.
El problema, advierte, es la pérdida del principio de reciprocidad, el corazón del pacto democrático. “Without the Golden Rule of reciprocity,” escribe, “negotiation and compromise become unthinkable, and democracy, unworkable.” En otras palabras: sin la disposición a escuchar al otro como igual, la política se vuelve un campo de batalla donde lo único que importa es derrotar.
George identifica tres grandes motores que alimentan ese proceso: los medios de noticias, las redes sociales y los líderes políticos, todos actuando como amplificadores de la división. Desde las lógicas de mercado de los medios hasta los algoritmos de las plataformas y los discursos populistas, la polarización no solo existe: está siendo producida, sostenida y rentabilizada.
El objetivo: construir un “nosotros” más amplio
Frente a ese diagnóstico, George propone una meta que parece idealista pero que defiende con convicción: pasar del “nosotros contra ellos” a un “nosotros” plural, diverso y deliberativo, capaz de convivir con las diferencias sin convertirlas en guerras culturales. Su propuesta no busca borrar los desacuerdos, sino redefinir el modo de relacionarnos. “Fighting polarisation,” sostiene, “is about building a larger ‘we’ — not by flattening our differences, imposing harmony, or forcing consensus but by helping people see cross-cutting identities and shared needs.” Es decir, no se trata de uniformar ni de imponer una armonía artificial, sino de construir una mirada más amplia que reconozca identidades múltiples, intereses compartidos y la necesidad común de convivir.
El reto es comunicativo: cambiar cómo nos hablamos, cómo escuchamos, y qué espacios compartimos. La lucha contra la polarización, en ese sentido, es tanto una cuestión política como una batalla cultural y lingüística.
El método: espacios comunicativos compartidos
El libro se organiza como un viaje global en busca de lo que George llama “shared communicative spaces” —espacios comunicativos compartidos— donde el diálogo entre diferencias vuelve a ser posible.
Algunos de los casos más llamativos incluyen que en un campus estadounidense, estudiantes pro-Palestina y pro-Israel deciden reunirse en comidas compartidas. No buscan ganar un debate, sino escucharse.
En Indonesia, mujeres de distintas religiones organizan “grocery runs” —compras colectivas— que cruzan líneas de conflicto, generando vínculos de confianza. En Nueva Zelanda (Aotearoa), comunidades Mäori y descendientes de colonos comparten la cogestión de un río, transformando la cooperación ecológica en un ejercicio de reconciliación. En el ámbito mediático, experimentos de periodismo cívico y deliberativo buscan escapar de la lógica de audiencias polarizadas y crear foros de conversación más horizontales.
Estos ejemplos tienen algo en común: parten de iniciativas locales y ciudadanas, no de reformas impuestas desde arriba. Además, todos privilegian el encuentro y la conversación sobre la imposición o el enfrentamiento. George sugiere que el antídoto contra la polarización no está en los grandes discursos ni en los algoritmos, sino en la reconstrucción del tejido relacional, en esos espacios donde hablar y escuchar siguen siendo posibles.
Uno de los grandes aciertos de Fighting Polarisation es su originalidad de enfoque. Mientras muchos estudios se concentran en los factores que producen división —las redes sociales, los populismos, los medios— George da un paso más y pregunta: ¿qué podemos hacer para reverti rla? El autor también destaca por su mirada global. No limita su análisis a las democracias occidentales: explora Asia, Oceanía y Europa, mostrando que el desafío es universal, aunque las respuestas sean locales.
Otro mérito es su lenguaje accesible. Aunque es un académico con amplia trayectoria (profesor en la Lee Kuan Yew School of Public Policy, en Singapur), George escribe con claridad, combinando teoría y narración, ideas y ejemplos. Y, quizás lo más valioso: su insistencia en el rol de la comunicación y la empatía. En tiempos de debates crispados y cámaras de eco, su propuesta de escuchar antes que imponer suena radicalmente contraintuitiva —y, por eso mismo, necesaria.
George no ignora las limitaciones de su planteo. Reconoce que muchas de las iniciativas que describe son locales y pequeñas, difíciles de escalar a nivel nacional. “None of my sources have any illusions about the scale of the challenge they have chosen to undertake,” advierte.
Queda la pregunta central: ¿puede la conversación comunitaria transformar estructuras mediáticas o políticas que se benefician del conflicto? Además, el modelo de George depende fuertemente de la sociedad civil. Pero, ¿qué ocurre cuando los grandes actores —la prensa concentrada, las plataformas digitales o los líderes populistas— continúan alimentando la polarización?
Tampoco está claro cómo medir el impacto de estos “espacios compartidos”. Se observan mejoras en empatía y comprensión mutua, pero falta evidencia sobre si estos cambios pueden sostenerse en el tiempo o influir en la esfera pública nacional.
Finalmente, las diferencias culturales también importan: las estrategias que funcionan en Nueva Zelanda o Indonesia no necesariamente serán aplicables en países con libertades restringidas o con divisiones violentas.
Lecciones para América Latina
Aunque el libro no se centra en América Latina, sus ideas resuenan con fuerza en nuestra región. Aquí también la polarización se ha convertido en motor y síntoma de nuestras crisis.
Vivimos enfrentamientos binarios —izquierda/derecha, campo/ciudad, progresismo/conservadurismo— amplificados por redes sociales y medios partidizados. La desconfianza en las instituciones se traduce en sociedades cada vez más fragmentadas, donde el adversario político se transforma en enemigo moral.
En ese contexto, la propuesta de George tiene un eco esperanzador. Fomentar espacios de deliberación ciudadana, proyectos de medios locales que cruzan audiencias opuestas o talleres de diálogo intercomunitario puede parecer poco frente a la maquinaria polarizante, pero constituye un punto de partida. Como escribe el propio George, “You can’t fight fire with fire. To fight polarisation, we have to rediscover how to talk — and listen — across divides.”
Abrir puertas, no levantar muros
Fighting Polarisation no ofrece soluciones mágicas ni proclamas triunfalistas. Su valor reside en mostrar que la democracia puede reimaginarse desde lo cotidiano, que el diálogo sigue siendo posible si existen espacios donde florezca la reciprocidad. George nos recuerda que la polarización no es un destino inevitable, sino un proceso que puede revertirse con paciencia, coraje y voluntad colectiva. El cambio comienza, dice, no exigiendo mejores élites ni mejores plataformas, sino reaprendiendo a conversar. En tiempos en que las redes premian la indignación y los discursos se endurecen, el mensaje de George resulta casi subversivo: reconstruir el “nosotros” no requiere gritar más fuerte, sino escuchar mejor.



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