

“Este es mi aguinaldo”: el grito de una docente con 33 años de servicio que desnuda la deuda de un sistema Un testimonio estremecedor revela la crisis salarial, la precarización estructural y el desprecio institucional que padece el cuerpo docente. El anuncio del “Año de la Educación” choca con la realidad de aulas sin libros, horas no pagas y un futuro jubilatorio robado.
“Treinta y tres años enseñando, sosteniendo aulas, infancias golpeadas por la desigualdad. Y esto es lo que vale hoy mi vida docente para este gobierno: un monto humillante”. Con esa frase, cargada de cansancio y rabia, María (nombre reservado), una maestra de escuela pública, recibe el aguinaldo que condensa lo que ella define como el desprecio sistemático de la gestión provincial hacia la educación y, en particular, hacia sus trabajadoras, en su amplia mayoría mujeres.
El relato de María no es un lamento aislado. Es la radiografía de un colapso consentido y administrado. Detrás del discurso oficial que promete mejorar los salarios, se esconde una realidad de endeudamiento forzoso: “Tarjetas al rojo vivo, créditos eternos para vivir con un mínimo de dignidad”. Y en el horizonte, un temor aún mayor: la jubilación. “Gran parte de nuestro salario son ítems sin aportes, en negro. Eso nos roba el futuro y empobrece a quienes ya están jubilados”, denuncia. Jubilarse implica perder hasta un 30% de los ingresos.
La doble jornada
“La docencia es ejercida mayoritariamente por mujeres. Mujeres al frente de hogares, muchas sin un compañero con quien compartir la olla”, señala María. Ellas son las sobrevivientes de un sistema que las disciplina con la exigencia de “vocación” y “ponerse la camiseta” para justificar lo injustificable: las visitas domiciliarias para proteger a un alumno se hacen fuera de horario; la preparación de actos o aulas no se autoriza como hora laboral; la formación permanente y la conectividad son un gasto que sale del bolsillo docente. “En cualquier trabajo las herramientas las provee la patronal. Nosotros pagamos todo: guardapolvo, materiales, libros, computadora, internet, impresora. Incluso el tiempo”.
El año de la Educación
La ironía más amarga llega con el decreto que declara el próximo ciclo como “el Año de la Educación”. “No puede haber año de la Educación con docentes hambreados”, sentencia la maestra. Y dirige la mirada al absurdo pedagógico que padece: “Hablan de alfabetizar sin libros. En dos años no llegó uno solo a las escuelas”. Lo compara con enseñar a nadar en una pileta vacía. “Reducen la alfabetización a un manual donde los niños solo aprenden a decodificar. Aprenden la técnica, pero no el sentido. Después dirán que no comprenden textos… y la culpa será del docente”.
Denuncia que los programas oficiales, celebrados en los discursos por bajar la inasistencia, no alfabetizan: “adiestran”. “Dentro de diez o veinte años, cuando aparezcan las consecuencias, dirán que fue culpa nuestra. Nunca se hacen cargo”. En su agotamiento, María se formula una pregunta lacerante: “Nada de esto es casual. Es coherente con un modelo que nos desprecia, nos humilla, nos denigra. ¿Será porque somos, mayoritariamente, mujeres? ¿Será misoginia?”. Es la interrogante que recorre un colectivo exhausto pero no vencido. “A pesar de todo, vocación nos sobra. Amamos la escuela pública. Pero nos falta salario. Nos falta respeto”.
“El año de la Educación será el día en que dejen de humillarnos”. Mientras, su aguinaldo, y el de miles, sigue siendo la prueba material de una promesa rota, el símbolo de un Estado que exige todo y paga con migajas y desdén. El monstruo dormido de la docencia, anestesiado por la sobrevivencia, parece estar despertando con una lucidez dolorosa.



Un modelo deportivo provincial que interpela a la escuela






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