
En Villa Mercedes, San Luis, Argentina. Acompañando el nacimiento del 24 de marzo de 2020

El presupuesto de los colores perdidos
Sergio Quiroga
En el corazón del barrio latino de Río Séptimo, la Escuela Nacional N° 123 era un edificio que respiraba resignación. Las paredes, alguna vez amarillas, ahora eran del color de la tierra seca. Pero el verdadero paisaje no era de cemento, sino de oficinas. Se pueden depredar los recursos publicos de distintas maneras, solo hay que tener un poco de imagación dijo Colbert en el 2023, cuando ya sabia lo que se venia. Las caminatas tomando mate con los compañeros del partido para algo habían servido.
Allí, en un despacho con aire acondicionado que zumbaba como un enjambre de abejas adormecidas, reinaba María, la Directora. Tenia una formación basica pero con eso alcanzaba. La educación aqui no es importante y con este tipo de escuela se puede hacer una verdadera diferencia, penso. A su lado, como una extensión fiel de su voluntad, estaba Paola, su hija y secretaria. Ambas disfrutaban de sueldos que harían palidecer al mismísimo presidente del país. Para ellas, la escuela era un reino personal, un feudo donde los números de sus recibos de sueldo eran el principal indicador de éxito.
Frente a ellas, pero en un territorio de poder secundario, operaba Eufrasia, la Vicedirectora. Y más abajo aún, Pinta, la Coordinadora del nivel secundario de la mañana, navegaba a diario entre el descontento de los profesores y las órdenes incomprensibles de la dirección.
La trama se desató cuando Gervacio, el profesor de Arte, un hombre de sonrisa tranquila y manos siempre manchadas de óleo o arcilla, presentó un presupuesto. No era un capricho. Era un plan meticuloso para comprar materiales básicos: acuarelas, pinceles, lienzos, arcilla y papeles de colores para todos los niveles: inicial, primario, secundario y nocturno. Cincuenta mil pesos. El equivalente, quizás, a un par de zapatos de diseño de Paola. La respuesta llegó en una fría nota firmada por María y transcrita por Paola: “Presupuesto denegado. No hay recursos se deben priorizar los gastos esenciales.”
Gervacio leyó la nota con una tristeza profunda. Caminó por los pasillos y vio la evidencia de esa “esencialidad”. Aulas con pupitres rotos, la fotocopiadora siempre descompuesta, los baños con un olor que se adhería a la ropa. Esa tarde, se encontró con Romualdo, el profesor de Matemáticas, quien limpiaba sudor de su frente con un pañuelo.
—¿Qué pasa, Romualdo? —preguntó Gervacio.
—Los Juegos Culturales… Llevé a los chicos a la competencia regional. Tuvimos que pagarnos el transporte entre todos, y al final del día, los estudiantes no tenían ni para un sándwich. ¿Sabes qué me dijo la Dirección? Que no había partida para eso. Pero mira hay nuevos empleados. Claro, para eso sí hay partida.
Era la gota que colmaba el vaso. No era solo su presupuesto. Era la ausencia total de la escuela en donde más se la necesitaba. El Día del Estudiante se acercaba y no había un peso para un simple refresco o una masa dulce, mientras los sueldos de María y Paola habían crecido y eranun espejo de la desigualdad. Paola ya se había olvidado que una vez fue profesora. Eso ya era pasado, ahora la escuela vivia una nueva época. Los profesores solidarios se pusieron la escuela al hombro y aportaron con generosidad. Total como decia "la administración", lo unico que importaba eran los estudiantes.
Gervacio no era hombre de confrontaciones, pero sí de convicciones. Habló con Pinta, la Coordinadora, quien, con voz baja, casi temerosa, le confesó: —¿Qué quieres que haga, Gervacio? Tú sabes cómo se maneja esto. El tío de María es el que hace la limpieza, y su sobrino es el “consultor técnico”. El dinero tiene caminos muy definidos aquí.
La queja silenciosa empezó a crecer. No era un motín, sino un malestar sordo que resonaba en la sala de profesores. Romualdo, con su lógica matemática, empezó a hacer cálculos en una servilleta: el sueldo de María, el de Paola, los sobreprecios en las facturas de los proveedores “recomendados”. La suma era obscena. Pero, ¿que sencillo es comprar facturas para generar nuevos gastos?
El ex profesor Colbert, quien había dejado la escuela años atrás para asumir un cargo medio en el Ministerio de Educación. ¿Era compatibles dos cargos en el estado? Tal vez si. A Colbert no le alcanzaba lo que cobraraba en la administración pública por eso hacia horas extras en la escuela.
Eufrasia envió una carta al gobierno dando a conocer las cosas que sucedían en la escuela. La situación llegó a oídos de alguien inesperado, la Vicedirectora, viendo la oportunidad de un cambio que siempre había deseado, pero nunca se atrevió a impulsar, le proporcionó discretamente los documentos clave.
En el despacho de María, Eufrasia con una calma que helaba la sangre, dejó caer sobre el escritorio la servilleta con los cálculos de Romualdo y el presupuesto de Gervacio.
—María, una escuela no es una empresa familiar. El éxito no se mide por el salario de su directora, sino por los recursos que llegan a sus estudiantes. Cincuenta mil pesos para arte frente a sus sueldos… hay una desconexión grave aquí. Los recursos publicos deben usarse para fines educativos. Los denunciare ante las autoridades y habrá una auditoría integral, del ministerio. El rostro de María perdió toda su arrogancia. Paola palideció, mirando su teléfono de último modelo como si de repente le pesara. Por primera vez, el reino de cristal se resquebrajaba.
La auditoría no llegó al día siguiente, pero la semilla del cambio estaba plantada. Gervacio, esa tarde, mientras daba clase con los pocos lápices de colores que le quedaban, miró por la ventana. Vio a un grupo de estudiantes del nocturno, adultos que llegaban cansados del trabajo, dibujando con tizas en el piso del patio. Eran figuras torpes, pero llenas de color. La reunión final con diversos actores del gobierno intentando regular ly cerrar tanaña situación y la probable exposición pública de las situaciones irregulares acontecidas fue tensa. Era además, un tiempo de elecciones. Malas noticias siempre afectan sensiblemente a los candidatos oficiales.
No habían conseguido los cincuenta mil pesos, pero habían logrado algo más valioso: que la luz entrara en las grietas del sistema. Y supo, con la certeza tranquila de quien conoce los matices, que la batalla por los colores perdidos apenas comenzaba. La escuela, por fin, empezaba a despertar de su larga ausencia. Despertar no es pararse, ni menos caminar.

El intelectual belga, autor de “Para leer al Pato Donald”, falleció a los 89 años. Su obra marcó generaciones y sentó las bases del pensamiento crítico sobre los medios y la cultura.

El Cementerio Municipal de Villa Mercedes


