
En Villa Mercedes, San Luis, Argentina. Acompañando el nacimiento del 24 de marzo de 2020
El presupuesto de los colores perdidos
Sergio Quiroga
En el corazón del barrio latino de Río Séptimo, la Escuela Nacional N° 123 era un edificio que respiraba resignación. Las paredes, alguna vez amarillas, ahora eran del color de la tierra seca. Pero el verdadero paisaje no era de cemento, sino de oficinas.
Allí, en un despacho con aire acondicionado que zumbaba como un enjambre de abejas adormecidas, reinaba María, la Directora. A su lado, como una extensión fiel de su voluntad, estaba Paola, su hija y secretaria. Ambas disfrutaban de sueldos que harían palidecer al mismísimo presidente del país. Para ellas, la escuela era un reino personal, un feudo donde los números de sus recibos de sueldo eran el principal indicador de éxito.
Frente a ellas, pero en un territorio de poder secundario, operaba Eufrasia, la Vicedirectora. Y más abajo aún, Pinta, la Coordinadora del nivel secundario de la mañana, navegaba a diario entre el descontento de los profesores y las órdenes incomprensibles de la dirección.
La trama se desató cuando Gervacio, el profesor de Arte, un hombre de sonrisa tranquila y manos siempre manchadas de óleo o arcilla, presentó un presupuesto. No era un capricho. Era un plan meticuloso para comprar materiales básicos: acuarelas, pinceles, lienzos, arcilla y papeles de colores para todos los niveles: inicial, primario, secundario y nocturno. Cincuenta mil pesos. El equivalente, quizás, a un par de zapatos de diseño de Paola. La respuesta llegó en una fría nota firmada por María y transcrita por Paola: “Presupuesto denegado. Fondos insuficientes. Priorizar gastos esenciales.”
Gervacio leyó la nota con una tristeza profunda. Caminó por los pasillos y vio la evidencia de esa “esencialidad”. Aulas con pupitres rotos, la fotocopiadora siempre descompuesta, los baños con un olor que se adhería a la ropa. Esa tarde, se encontró con Romualdo, el profesor de Matemáticas, quien limpiaba sudor de su frente con un pañuelo.
—¿Qué pasa, Romualdo? —preguntó Gervacio.
—Los Juegos Culturales… Llevé a los chicos a la competencia regional. Tuvimos que pagarnos el transporte entre todos, y al final del día, los estudiantes no tenían ni para un sándwich. ¿Sabes qué me dijo la Dirección? Que no había partida para eso. Pero mira el nuevo auto de Paola en el estacionamiento. Eso sí hay partida.
Era la gota que colmaba el vaso. No era solo su presupuesto. Era la ausencia total de la escuela en donde más se la necesitaba. El Día del Estudiante se acercaba y no había un peso para un simple refresco o una torta, mientras los sueldos de María y Paola eran monumentos a la desigualdad.
Gervacio no era hombre de confrontaciones, pero sí de convicciones. Habló con Pinta, la Coordinadora, quien, con voz baja, casi temerosa, le confesó: —¿Qué quieres que haga, Gervacio? Tú sabes cómo se maneja esto. El tío de María es el que hace la limpieza, y su sobrino es el “consultor técnico”. El dinero tiene caminos muy definidos aquí.
La queja silenciosa empezó a crecer. No era un motín, sino un malestar sordo que resonaba en la sala de profesores. Romualdo, con su lógica matemática, empezó a hacer cálculos en una servilleta: el sueldo de María, el de Paola, los sobreprecios en las facturas de los proveedores “recomendados”. La suma era obscena.:
El ex profesor Colbert, quien había dejado la escuela años atrás para asumir un cargo medio en el Ministerio de Educación. ¿Era compatibles dos cargos en el estado? Eufrasia envió una carta al gobierno dando a conocer las cosas que sucedían en la escuela. La situación llegó a oídos de alguien inesperado, la Vicedirectora, viendo la oportunidad de un cambio que siempre había deseado, pero nunca se atrevió a impulsar, le proporcionó discretamente los documentos clave.
En el despacho de María, Colbert, con una calma que helaba la sangre, dejó caer sobre el escritorio la servilleta con los cálculos de Romualdo y el presupuesto de Gervacio.
—María, una escuela no es una empresa familiar. El éxito no se mide por el salario de su directora, sino por los recursos que llegan a sus estudiantes. Cincuenta mil pesos para arte frente a sus sueldos… hay una desconexión grave aquí. Habrá una auditoría integral, del ministerio. El rostro de María perdió toda su arrogancia. Paola palideció, mirando su teléfono de último modelo como si de repente le pesara. Por primera vez, el reino de cristal se resquebrajaba.
La auditoría no llegó al día siguiente, pero la semilla del cambio estaba plantada. Gervacio, esa tarde, mientras daba clase con los pocos lápices de colores que le quedaban, miró por la ventana. Vio a un grupo de estudiantes del nocturno, adultos que llegaban cansados del trabajo, dibujando con tizas en el piso del patio. Eran figuras torpes, pero llenas de color. La reunión final con diversos actores del gobierno intentando regular la situación y la probable exposición pública de las situaciones irregulares acontecidas fue tensa. Era además, un tiempo de elecciones.
No habían conseguido los cincuenta mil pesos, pero habían logrado algo más valioso: que la luz entrara en las grietas del sistema. Y supo, con la certeza tranquila de quien conoce los matices, que la batalla por los colores perdidos apenas comenzaba. La escuela, por fin, empezaba a despertar de su larga ausencia.
Una resolución de la Dirección de Personas Jurídicas detalla el desgobierno, manejo discrecional de fondos, nepotismo y negligencia, que culminó con la renuncia de toda la comisión directiva. El Estado provincial designó interventores sin experiencia en educación, para normalizar la entidad a cargo de la EPA 10
El proyecto será presentado en un congreso internacional de ciencias sociales y arte en diciembre del 2025