
Saco un papel en el bolsillo
En Villa Mercedes, San Luis, Argentina. Acompañando el nacimiento del 24 de marzo de 2020
CuriosidadesHace 4 horas Jorge Enrique Hadandoniou OviedoYa la noche nos ha cubierto con este silencio novedoso, invitado sin participación e intruso mínimo de cuantioso daño. Reparo en mis recuerdos y sólo las noches de luna inmensa, a la espera de mi padre, en la puerta que se abría al baldío, registran algo semejante. Solamente parecido, muy distinto en las profundidades del sentimiento. Tal vez la noche se iluminaba cuando su paso raudo se abría en medio de la oscuridad penetrante que se interrumpía de vez en cuando por la luz mortecina de la farola de esta calle. La misma calle por donde ahora pasa una sirena con altavoz alertando sobre la cuarentena que nos cubre y cuida, muy a pesar de las ambiciones y los despropósitos que pergeñan mentes atoradas en sus propios sistemas burocráticos y mediocres. Tal vez las soberbias se exponen sin vergüenza o la desconfianza haya destruido los anticuerpos sociales.
Y la noche avanza, profundizando el silencio que nos invita a la pausa, al descanso, a la protección propia y ajena. ¡Cómo revolotean, muy a lo lejos, aquellos recuerdos! Como las generaciones avanzan a pesar de golpes, quebrantos y pandemias, no es fácil reproducir otros escenarios o ambientes sometidos a otros temores, más vagos y sutiles; más cruentos y silenciados.
Tal vez si me acompañaran algunas notas dispersas de Piazzola me recuperaría de la quietud y saltaría a la pulsación de estas teclas que duermen en mis dedos detenidos en el tiempo. Tiempo hace, pues, que se borraron aquellas horas de fantasmas y de angustias. Propias; pero mucho más, ajenas, cercanas, distantes una pitada de cigarrillo que espera noticias del hijo lejano de incógnitas incomprensibles, de preguntas sin respuestas. ¿Qué fue de nosotros en aquellos días? ¿Qué virus intangible se coló bajo nuestras puertas y despertó en los pupitres de las escuelas o los pizarrones que aún eran oscuros para que la tiza los iluminara?
Hoy, el recuerdo, la memoria, alguna foto diluida, varias imágenes ateridas de desconsuelo u olvido, pasarán casi inadvertidos. ¿Inadvertidos? Seguramente nuestros corazones estarán más atentos a la novedad que nos circunda y envuelve sin concesiones. ¡Tan fugaz es el tiempo de cualquier tormento! ¿Fue también así de breve la felicidad? Recuperarlos en esta distancia de nuevos desafíos no podrá borrarlos de nuestras células que se nutrieron de tanto amor y también de desamparo o soledad; de alegrías y de penas prolongadas por muchas ausencias. Hay quienes en el recuerdo vívido reproducen la sonrisa, alguna picardía o largas charlas gratas o inhóspitas. Y vuelven como gratos fantasmas a la visión interior, momentos, miradas, abrazos, chispazos de ojos beligerantes o manos solidarias en barrios carcomidos por la pobreza.
¿Cuáles fueron los ángeles ocultos detrás de algún escritorio, a la vera de alguna ruta, en el doblez exacto de cuál esquina nos protegieron? Hoy sabemos quienes están alertas, de blanco y atento oído, ojo avizor, ingenio desplegado que nos protegen sin que podamos describir sus movimientos o reconocer sus rostros. Son una nube bienhechora que está detrás de todos los silencios, al borde de la oscuridad que nos visita en la profundidad de las estrellas que siguen inmutables la discordia o la buena ventura de nuestra humanidad recogida en estos refugios, vulnerables y a la vez esperanzados.
Por los ángeles que alguna vez nos salvaron del abismo y por estos desvelados misericordiosos del presente, podemos testimoniar lo que pasó y lo que pasa: la historia repetida de olas surcando la compleja realidad de la vida. Y sea un paso en falso más breve y caritativo, que eleve el humo purificado de los que se fueron entonces, justamente el día en que no sabían ni sabíamos la sorpresa de la muerte traicionera, incomprensible, en un derroche de odios, en la proyección de la injusticia o del equívoco.
Desde las notas de un Piazzola nostálgico, me sumo al silencio, que tal vez se hizo para que nuestros corazones encontraran una paz necesaria, un reencuentro ansiado, a la luz de aquellos ojos que se apagaron a la ilusión o al misterio de la vida que continuaría apurada o sigilosa hacia nuevos caminos, promesas novedosas o respuestas insospechadas.
Abandono las teclas y las cuerdas, aletargadas hace tiempo. Fuga de historias entrelazadas en la memoria: ¿Llega mi padre con su sudorosa sonrisa helénica? ¿Alguien golpea la puerta del miedo?
Ya la noche nos ha cubierto con su silencio.
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