Educar en tiempos de cambio: desafíos, tensiones y esperanzas en la práctica docente

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La educación es, sin lugar a dudas, uno de los pilares fundamentales de nuestra sociedad. No se trata únicamente de un espacio de aprendizaje curricular, sino del lugar donde se moldea nuestra identidad colectiva. En cada aula, en cada acto de izar la bandera, se construye Nación.

Sin embargo, enseñar hoy es mucho más que transmitir conocimientos. Las prácticas docentes, insertas en un entramado histórico, político, cultural y geográfico, se enfrentan a múltiples desafíos. Desde la formulación de políticas públicas hasta la realidad diaria del aula, cada decisión repercute en la construcción de vínculos y saberes.

La escuela, como institución histórica, es una organización social con rituales, rutinas y estructuras que moldean tanto al docente como al estudiante. A pesar del paso del tiempo y de los grandes cambios sociales y tecnológicos, muchas de sus características tradicionales se mantienen intactas: clases segmentadas por materias, horarios rígidos, evaluaciones estandarizadas, y un modelo de enseñanza centrado en el docente como figura principal del saber.

A partir de la sanción de la Ley de Educación Nacional N.º 26.206 en 2006, se promovieron transformaciones orientadas a la inclusión. Se incorporaron equipos de orientación y contención, se adaptaron espacios escolares para nuevas tecnologías y se mejoraron estructuras edilicias. Sin embargo, lo cierto es que, mientras la sociedad avanza, las instituciones escolares a menudo conservan sus formas más tradicionales. Donde sí se ha producido una evolución notable es en el vínculo docente-estudiante.

El rol del docente: guía, mediador y agente de cambio
Ser docente implica mucho más que dictar una clase. Significa organizar, seleccionar, y otorgar sentido a los contenidos que se enseñan. En este proceso, la enseñanza se convierte en una práctica profundamente política, con intencionalidades y posicionamientos ideológicos que no son neutros.

La figura del docente se sitúa en una encrucijada: es trabajador del Estado, mediador entre los lineamientos del currículum oficial y las realidades concretas de sus estudiantes. Enseñar implica buscar la democratización de los saberes, promoviendo una educación que contemple la diversidad de género, clase, etnia, religión y cultura. Es en esta dimensión donde se manifiesta uno de los mayores desafíos: ser capaces de construir una escuela equitativa, inclusiva y verdaderamente democrática. Para ello, es imprescindible un ejercicio constante de reflexión sobre la propia práctica.


El docente, en su labor diaria, se convierte en investigador de su propia práctica. Aprende de la experiencia, de sus estudiantes, de sus pares. Acepta que su rol no está exento de tensiones, contradicciones ni errores. Pero desde esa conciencia, tiene la posibilidad de transformar la realidad. No hay una única forma de enseñar, como no hay una única realidad educativa. Las variables que atraviesan la práctica docente —el contexto social, el tipo de alumnado, las condiciones materiales, el momento histórico— exigen una actitud crítica, sincera y abierta al cambio.

Repensar nuestras prácticas, cuestionarlas, desnaturalizarlas, es una tarea urgente y necesaria. Se trata de asumir un compromiso ético y social, que coloque al otro —ese otro humano con historia, identidad y derechos— en el centro del proceso educativo. El horizonte que nos interpela es claro: una educación donde todas las voces tengan lugar, sin exclusiones. Una escuela que no reproduzca desigualdades, sino que las combata activamente. Donde el docente no solo enseñe, sino que también aprenda. Donde el acto educativo sea un encuentro genuino con el otro, con respeto, con compromiso y con esperanza.

En definitiva, ser docente es mucho más que una profesión: es una forma de estar en el mundo, con otros, para otros y desde otros. Y es allí donde radica su potencia transformadora.

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